Muchas
personas no viven sus sueños por estar viviendo sus miedos
¿Dónde
mueren los sueños? En un lugar llamado miedo
Vamos
a definir el miedo de la siguiente manera: El miedo es la emoción que pretende mantenerse
a salvo y vivo, a pesar de que el miedo lleve a limitarte e impedir que hagas
algo que podrías hacer perfectamente, o por el contrario el miedo puede
llevarte a actuar impulsivamente.
El
miedo es una de nuestras emociones primarias, y aunque desagradable, en momentos
es ineludible para no actuar arriesgadamente. El miedo es muy útil, pero hay
que diferenciar entre dos tipos desiguales de miedo. El miedo real, y el miedo imaginario. La función primordial de esta
emoción es mantenerte retirado de los peligros y asegurar tu supervivencia lo
máximo posible. Lo que se ha de reconocer que es muy eficaz en su tarea,
resulta tan intensamente desagradable que puede llegar a detenernos en alguna labor
y que la impidamos por no desafiar a nuestros temores.
Con el miedo, el problema no está en
sentirlo, sino en tenerlo cuando no hay motivo real. Y
es que los seres humanos solemos hacer eso, nos gusta pensar, y en ocasiones
demasiado. Les damos mil y una vueltas a las situaciones que están a nuestro
alrededor y llegamos a imaginarnos el peor de los escenarios posibles. Que no
tiene por qué ser el más probable, y en muchas términos, ni siquiera llegaría a
ser tan pernicioso como nos lo imaginamos.
El miedo es útil en situaciones que podrían
poner tu vida en peligro. Está en el acervo genético de nuestra especie sentir
miedo como medida de protección. El problema está cuando usamos este recurso
más de lo necesario, en ocasiones el miedo está desfasado en nuestra vida
moderna. El miedo estaba diseñado para situaciones peligrosas, en el mundo
actual estos peligros se han visto reducido hasta prácticamente no tener por qué
preocuparse realmente.
Observemos
como el miedo al rechazo es un miedo
real e imaginario. Pongamos el siguiente ejemplo
sobre un miedo muy común: El miedo al rechazo en el pasado era muy
práctico. El ser humano está predispuesto a vivir en grupo y actuar como una
comunidad para superar los grandes desafíos. En nuestro origen, si un individuo
era rechazado por su grupo, acabaría viviendo solo y expuesto a los peligros de
los depredadores. En resumidas cuentas,
el miedo al rechazo se resumiría en: Si
te rechazaban, tus posibilidades de morir aumentaban considerablemente.
Hoy
en día, la situación no es la misma. La gente vive en ciudades o pueblos de
cierto tamaño, existen cientos de grupos diferentes en nuestro alrededor a los
que podríamos pertenecer y además, en caso de que nos rechazara un grupo,
podríamos estar seguros de que ningún depredador nos va a devorar.
Parece
ser un ejemplo bastante claro sobre cuando el miedo es real y sobre cuando el
miedo en realidad resulta ser algo imaginario sin representar un peligro
auténtico para nosotros. Los temores con peligro real hay que tenerlos en
cuenta, en cambio el miedo imaginario es un impulso interior que busca
defendernos de un peligro que actualmente ya no existe aunque para nuestra
mente siga siendo real. Después de todo, la sociedad avanza mucho más deprisa
que la adaptación genética.
El miedo es una perturbación del estado
de ánimo, en el que se pierde la confianza en los propios recursos para
afrontar situaciones concretas, que son percibidas como peligrosas para el
sujeto. Este peligro puede ser real o imaginario, presente o proyectado en el
futuro, pero siempre ocasiona una disminución del sentido de seguridad.
Prácticamente
todas las personas han sentido miedo alguna vez y se describen objetos
generadores de temor a lo largo de todas las épocas. Por su universalidad y su
frecuencia, el miedo se puede considerar como una emoción normal, pero hay que
distinguir entre el miedo normal y el patológico. Cuando la amenaza es real es
lógico sentir temor, se trata del miedo normal, pero cuando la reacción es
excesiva o no guarda relación con la causa desencadenante, se convierte en
anómala. Por ejemplo, uno puede temer ser
atracado en la calle, sobre todo por la noche, pero si esto le impide salir de
casa desde que oscurece, este miedo es anómalo. Se puede decir que el miedo
deja de ser normal cuando altera o bloquea la conducta normal del individuo, su
estabilidad psicológica y/o sus relaciones con el ambiente y las personas que
lo rodean. Cuando el temor lo provoca un objeto imaginario se entra en el campo
de las fobias, en las que el miedo es irracional y desproporcionado, altera la
conducta de quien lo sufre, que es incapaz de sobreponerse a él, a pesar de
reconocerlo como absurdo.
El
miedo puede ser, y es, aprendido. Los niños son los más susceptibles a él,
aprenden a tener miedo, muchas veces a causa de los adultos. El hombre del saco, el coco o los fantasmas son muchas veces
utilizados para modificar el comportamiento infantil provocándoles temor. Esto
no es nada beneficioso, la mayoría lo supera, pero algunos pueden desarrollar
una personalidad insegura y temerosa. El miedo tiene fuertes raíces culturales,
cada cultura tiene sus propios generadores de miedo: el vudú, los vampiros, los
hombres-lobo, entre otros.
En
definitiva, el miedo se aprende con la experiencia, si uno ha sufrido una
experiencia traumatizante, estará temeroso de que se vuelva a producir; tras un
accidente grave de tráfico es fácil sentir al principio miedo a montar en
automóviles, desapareciendo el temor sólo con el paso del tiempo.
El
miedo no se detecta sólo en el aspecto psicológico, tiene también un importante
cortejo de síntomas neuro-vegetativos, como sudoración, taquicardia, temblor,
necesidad de orinar, crisis diarreicas, pilo erección o pelos de punta, que acompañan a la ansiedad y
a la angustia y que pueden ser más desagradables que la propia emoción. Tanto
las manifestaciones psicológicas como físicas pueden ir precedidas de un
curioso fenómeno, el miedo a tener
miedo, que es como una ansiedad que vaticina el ahogo que puede surgir.
Se
trata de una emoción dolorosa que acorrala a quien la sufre e inhabilita para
desenvolverse normalmente. A corto y largo plazo conduce a dos conductas
fundamentales: la evitación y la huida.
Quien sufre el miedo elude y evita todas las situaciones en que pueda aparecer,
de forma que bloquea su propia actividad: por
ejemplo, quien teme las reuniones con mucha gente, no acude a fiestas y
actos sociales y poco a poco se ve abocado a la soledad. Otros en cambio huyen
en cuanto aparece el miedo y su conducta resulta de lo más incongruente, no
pueden controlar su temor, pierden la confianza en sí mismos y la de los demás.
En
relación a todo lo antes descrito, el miedo nos conlleva, además a una profunda
inseguridad, y más aún al temor terrible cuando debemos salir de la zona de
confort, porque en realidad, la vida siempre
tiene sus altas y sus bajas, pero de alguna manera tiende a estabilizarse.
Sentir la seguridad que te da la estabilidad laboral, familiar y sentimental,
es grandioso para estar tranquilo y vivir sin el estrés que genera la
incertidumbre.
Sin embargo, es necesario tener
presente que la forma como aceptemos la estabilidad, o zona de confort, puede
tener efectos negativos. Nos han educado para buscar la estabilidad, pero la
realidad es que nos toca aprenderá
vivir en un eterno cambio, ya que aunque a veces puede ser difícil de aceptar,
nada es constante.
La zona de confort, a pesar de ser
placentera tiene varias consecuencias negativas que afectan tu capacidad para aceptar
cambios, para valorar las nuevas oportunidades, aumenta tu temor a los cambios,
limita tu visión a largo plazo y lo peor es que evita que evalúes riesgos
adecuadamente y por ende cuando las cosas cambian nunca estás preparado. No
estar preparado para los cambios casi siempre es catastrófico.
Según Germán Castaño, la zona de
confort, como todo lo que genere algún tipo de placer, puede generar adicción y quiero compartir contigo algunos de los
síntomas de que presentas un caso de adicción a la zona de confort:
1. Crees que has logrado todas tus
metas.
El
éxito mal manejado puede ser contraproducente; creer que tienes todo, limita el
sano inconformismo de pensar en qué puedes mejorar y más aún elimina la
capacidad de crear e innovar.
2. Crees que nada puede afectar
negativamente tu estado actual.
La
sensación de invulnerabilidad generalmente es una forma de negar la existencia
de riesgos. No es que nada te pueda afectar, sino que decides ignorar lo que te
preocupa y confiar ciegamente en que nada va a pasar.
3. Consideras que nada puede mejorar
tu situación.
El
conformismo es otra forma de negar nuevas oportunidades y generalmente termina
sirviendo para auto justificar tu decisión de no intentar cosas nuevas por temor
a perder lo que ya tienes.
4. Ves algunas cosas que quisieras
hacer, pero no actúas por "razones justificadas".
A
veces tú eres el obstáculo de tu progreso. Eres un ser racional pero tu
inteligencia se pierde explicándote por qué dejaste de hacer algo, de una
manera que te suene creíble.
5. Te alejas de personas que no
comparten tu visión de "estabilidad".
No
es que los demás no tengan puntos válidos; es que simplemente no piensan como
tú.
6. Te parece bien verte en unos años haciendo
lo mismo y recibiendo iguales beneficios.
Al
aceptar tu zona de confort, esto implica creer que va a durar de manera indefinida,
por lo que aceptas que al hacer lo mismo, en un futuro seguirás igual de
"bien".
7. Sientes que tienes talentos sin
aprovechar, pero no te importa porque ya no los necesitas.
Al
convencerte de que ya tienes lo que quieres, lo que no has usado, sin importar
que tan bueno seas en ello ni que tanto lo disfrutes; es simplemente
innecesario. Dejas de hacer lo que disfrutas por lo que simplemente necesitas.
8. Hay personas cercanas que se
asombran al saber que sigues igual.
Al
estar encerrado en tu zona de confort, quienes no están en ella o simplemente
andan en la suya, pueden ver fallas en tu visión de estabilidad. Esas personas
son las que siempre dicen: ¿Aún sigues ahí?…. Qué bueno… eres muy estable.
9. Aceptas tus limitaciones como
absolutas y tolerables sin cuestionar.
El
conformismo generado en la zona de confort te lleva simplemente a vivir con lo
que puedes, incluyendo lo que no puedes hacer ni obtener. La resignación es muy
fuerte y sirve para negarte que puedes hacer algo por mejorar.
10. Estás explicando constantemente a
tus amigos y conocidos el motivo para seguir como estás.
Si
tu estado actual fuera aceptable, no deberías estar justificando con nadie el
por qué estás ahí.
11. Tienes amigos que han actuado,
cuando tu no lo has hecho y han logrado algo.
Has
dejado de aprovechar oportunidades que otros han tomado y para ti fue solo
cuestión de suerte el que ellos hubieran podido lograr una meta a la que tú
pudiste llegar también. Pero no importa, para ti no justificaba el riesgo.
12. Ves cualquier elemento que pueda
afectar tu estado actual como una amenaza, sin evaluarlo.
Ya
sea una oportunidad o un riesgo, lo intentas evitar porque amenaza tu
estabilidad.
13. Siempre piensas que no tienes los
recursos o el conocimiento suficiente para aprovechar algunas oportunidades.
Siempre
dejas de intentar ideas porque sientes que no tienes como lograrlas y aun
cuando alguien te dice que puedes hacer algo, siempre encuentras la manera de
explicar de una manera razonable, por qué no te conviene actuar.
14. Te quejas de muchas cosas y no
haces nada para buscar mejorarlas.
La
queja de adultos no es más que la evolución del berrinche o pataleta de niños.
Te sientes mal, lo expresas, pero al final, eso no te dará lo que quieres y
seguirás igual.
15. Has aceptado como ciertos muchos
de los síntomas que has leído hasta aquí y aún crees que todo está bien.
La
racionalización es la forma como nos auto explicamos cosas para convencerte de
que están como las deseas y te ayuda a ignorar lo que no quieres aceptar. Al
final todo, incluyendo lo malo, te suena razonable, creíble y más aún te crees
capaz de convencer a otros de tener el criterio para tomar la decisión.
Buscar
la estabilidad y disfrutarla no está mal; lo que está mal es creer de manera
absoluta en que nada se puede mejorar y que no puedes hacer nada por ti y por
los que te rodean, más que seguir igual,
quejándote por lo que no te gusta, sin actuar.
Estar en la zona de confort no es
malo; pero creer que siempre va a ser así puede traer consecuencias
catastróficas, Aprovecha la estabilidad para buscar nuevas ideas de manera
tranquila, pero deseando siempre hallar una mejor manera de hacer las cosas y
progresar. ¡Deja tu adicción a la zona de confort! piensa, cree y crea y más
aún ¡actúa!
Lina Lepore
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