miércoles, 15 de octubre de 2014

EL MIEDO, LA INSEGURIDAD Y LA ZONA DE CONFORT



Muchas personas no viven sus sueños por estar viviendo sus miedos
¿Dónde mueren los sueños? En un lugar llamado miedo

Vamos a definir el miedo de la siguiente manera: El miedo es la emoción que pretende mantenerse a salvo y vivo, a pesar de que el miedo lleve a limitarte e impedir que hagas algo que podrías hacer perfectamente, o por el contrario el miedo puede llevarte a actuar impulsivamente.
El miedo es una de nuestras emociones primarias, y aunque desagradable, en momentos es ineludible para no actuar arriesgadamente. El miedo es muy útil, pero hay que diferenciar entre dos tipos desiguales de miedo. El miedo real, y el miedo imaginario. La función primordial de esta emoción es mantenerte retirado de los peligros y asegurar tu supervivencia lo máximo posible. Lo que se ha de reconocer que es muy eficaz en su tarea, resulta tan intensamente desagradable que puede llegar a detenernos en alguna labor y que la impidamos por no desafiar a nuestros temores.
Con el miedo, el problema no está en sentirlo, sino en tenerlo cuando no hay motivo real. Y es que los seres humanos solemos hacer eso, nos gusta pensar, y en ocasiones demasiado. Les damos mil y una vueltas a las situaciones que están a nuestro alrededor y llegamos a imaginarnos el peor de los escenarios posibles. Que no tiene por qué ser el más probable, y en muchas términos, ni siquiera llegaría a ser tan pernicioso como nos lo imaginamos.
 El miedo es útil en situaciones que podrían poner tu vida en peligro. Está en el acervo genético de nuestra especie sentir miedo como medida de protección. El problema está cuando usamos este recurso más de lo necesario, en ocasiones el miedo está desfasado en nuestra vida moderna. El miedo estaba diseñado para situaciones peligrosas, en el mundo actual estos peligros se han visto reducido hasta prácticamente no tener por qué preocuparse realmente.
Observemos como  el miedo al rechazo es un miedo real e imaginario. Pongamos el siguiente ejemplo sobre un miedo muy común: El miedo al rechazo en el pasado era muy práctico. El ser humano está predispuesto a vivir en grupo y actuar como una comunidad para superar los grandes desafíos. En nuestro origen, si un individuo era rechazado por su grupo, acabaría viviendo solo y expuesto a los peligros de los depredadores.  En resumidas cuentas, el miedo al rechazo se resumiría en: Si te rechazaban, tus posibilidades de morir aumentaban considerablemente.
Hoy en día, la situación no es la misma. La gente vive en ciudades o pueblos de cierto tamaño, existen cientos de grupos diferentes en nuestro alrededor a los que podríamos pertenecer y además, en caso de que nos rechazara un grupo, podríamos estar seguros de que ningún depredador nos va a devorar.
Parece ser un ejemplo bastante claro sobre cuando el miedo es real y sobre cuando el miedo en realidad resulta ser algo imaginario sin representar un peligro auténtico para nosotros. Los temores con peligro real hay que tenerlos en cuenta, en cambio el miedo imaginario es un impulso interior que busca defendernos de un peligro que actualmente ya no existe aunque para nuestra mente siga siendo real. Después de todo, la sociedad avanza mucho más deprisa que la adaptación genética.



El miedo es una perturbación del estado de ánimo, en el que se pierde la confianza en los propios recursos para afrontar situaciones concretas, que son percibidas como peligrosas para el sujeto. Este peligro puede ser real o imaginario, presente o proyectado en el futuro, pero siempre ocasiona una disminución del sentido de seguridad.
Prácticamente todas las personas han sentido miedo alguna vez y se describen objetos generadores de temor a lo largo de todas las épocas. Por su universalidad y su frecuencia, el miedo se puede considerar como una emoción normal, pero hay que distinguir entre el miedo normal y el patológico. Cuando la amenaza es real es lógico sentir temor, se trata del miedo normal, pero cuando la reacción es excesiva o no guarda relación con la causa desencadenante, se convierte en anómala. Por ejemplo, uno puede temer ser atracado en la calle, sobre todo por la noche, pero si esto le impide salir de casa desde que oscurece, este miedo es anómalo. Se puede decir que el miedo deja de ser normal cuando altera o bloquea la conducta normal del individuo, su estabilidad psicológica y/o sus relaciones con el ambiente y las personas que lo rodean. Cuando el temor lo provoca un objeto imaginario se entra en el campo de las fobias, en las que el miedo es irracional y desproporcionado, altera la conducta de quien lo sufre, que es incapaz de sobreponerse a él, a pesar de reconocerlo como absurdo.
El miedo puede ser, y es, aprendido. Los niños son los más susceptibles a él, aprenden a tener miedo, muchas veces a causa de los adultos. El hombre del saco, el coco o los fantasmas son muchas veces utilizados para modificar el comportamiento infantil provocándoles temor. Esto no es nada beneficioso, la mayoría lo supera, pero algunos pueden desarrollar una personalidad insegura y temerosa. El miedo tiene fuertes raíces culturales, cada cultura tiene sus propios generadores de miedo: el vudú, los vampiros, los hombres-lobo, entre otros.
En definitiva, el miedo se aprende con la experiencia, si uno ha sufrido una experiencia traumatizante, estará temeroso de que se vuelva a producir; tras un accidente grave de tráfico es fácil sentir al principio miedo a montar en automóviles, desapareciendo el temor sólo con el paso del tiempo.

El miedo no se detecta sólo en el aspecto psicológico, tiene también un importante cortejo de síntomas neuro-vegetativos, como sudoración, taquicardia, temblor, necesidad de orinar, crisis diarreicas, pilo erección o  pelos de punta, que acompañan a la ansiedad y a la angustia y que pueden ser más desagradables que la propia emoción. Tanto las manifestaciones psicológicas como físicas pueden ir precedidas de un curioso fenómeno, el miedo a tener miedo, que es como una ansiedad que vaticina el ahogo que puede surgir.

Se trata de una emoción dolorosa que acorrala a quien la sufre e inhabilita para desenvolverse normalmente. A corto y largo plazo conduce a dos conductas fundamentales: la evitación y la huida. Quien sufre el miedo elude y evita todas las situaciones en que pueda aparecer, de forma que bloquea su propia actividad: por ejemplo, quien teme las reuniones con mucha gente, no acude a fiestas y actos sociales y poco a poco se ve abocado a la soledad. Otros en cambio huyen en cuanto aparece el miedo y su conducta resulta de lo más incongruente, no pueden controlar su temor, pierden la confianza en sí mismos y la de los demás.

En relación a todo lo antes descrito, el miedo nos conlleva, además a una profunda inseguridad, y más aún al temor terrible cuando debemos salir de la zona de confort, porque en realidad, la vida siempre tiene sus altas y sus bajas, pero de alguna manera tiende a estabilizarse. Sentir la seguridad que te da la estabilidad laboral, familiar y sentimental, es grandioso para estar tranquilo y vivir sin el estrés que genera la incertidumbre.
Sin embargo, es necesario tener presente que la forma como aceptemos la estabilidad, o zona de confort, puede tener efectos negativos. Nos han educado para buscar la estabilidad, pero la realidad es que nos toca aprenderá vivir en un eterno cambio, ya que aunque a veces puede ser difícil de aceptar, nada es constante.


La zona de confort, a pesar de ser placentera tiene varias consecuencias negativas que afectan tu capacidad para aceptar cambios, para valorar las nuevas oportunidades, aumenta tu temor a los cambios, limita tu visión a largo plazo y lo peor es que evita que evalúes riesgos adecuadamente y por ende cuando las cosas cambian nunca estás preparado. No estar preparado para los cambios casi siempre es catastrófico.
Según Germán Castaño, la zona de confort, como todo lo que genere algún tipo de placer, puede generar adicción y quiero compartir contigo algunos de los síntomas de que presentas un caso de adicción a la zona de confort:

1. Crees que has logrado todas tus metas.
El éxito mal manejado puede ser contraproducente; creer que tienes todo, limita el sano inconformismo de pensar en qué puedes mejorar y más aún elimina la capacidad de crear e innovar.
2. Crees que nada puede afectar negativamente tu estado actual.
La sensación de invulnerabilidad generalmente es una forma de negar la existencia de riesgos. No es que nada te pueda afectar, sino que decides ignorar lo que te preocupa y confiar ciegamente en que nada va a pasar.
3. Consideras que nada puede mejorar tu situación.
El conformismo es otra forma de negar nuevas oportunidades y generalmente termina sirviendo para auto justificar tu decisión de no intentar cosas nuevas por temor a perder lo que ya tienes.
4. Ves algunas cosas que quisieras hacer, pero no actúas por "razones justificadas".
A veces tú eres el obstáculo de tu progreso. Eres un ser racional pero tu inteligencia se pierde explicándote por qué dejaste de hacer algo, de una manera que te suene creíble.
5. Te alejas de personas que no comparten tu visión de "estabilidad".
No es que los demás no tengan puntos válidos; es que simplemente no piensan como tú.
 6. Te parece bien verte en unos años haciendo lo mismo y recibiendo iguales beneficios.
Al aceptar tu zona de confort, esto implica creer que va a durar de manera indefinida, por lo que aceptas que al hacer lo mismo, en un futuro seguirás igual de "bien".
7. Sientes que tienes talentos sin aprovechar, pero no te importa porque ya no los necesitas.
Al convencerte de que ya tienes lo que quieres, lo que no has usado, sin importar que tan bueno seas en ello ni que tanto lo disfrutes; es simplemente innecesario. Dejas de hacer lo que disfrutas por lo que simplemente necesitas.
8. Hay personas cercanas que se asombran al saber que sigues igual.
Al estar encerrado en tu zona de confort, quienes no están en ella o simplemente andan en la suya, pueden ver fallas en tu visión de estabilidad. Esas personas son las que siempre dicen: ¿Aún sigues ahí?…. Qué bueno… eres muy estable.
9. Aceptas tus limitaciones como absolutas y tolerables sin cuestionar.
El conformismo generado en la zona de confort te lleva simplemente a vivir con lo que puedes, incluyendo lo que no puedes hacer ni obtener. La resignación es muy fuerte y sirve para negarte que puedes hacer algo por mejorar.
10. Estás explicando constantemente a tus amigos y conocidos el motivo para seguir como estás.
Si tu estado actual fuera aceptable, no deberías estar justificando con nadie el por qué estás ahí.
11. Tienes amigos que han actuado, cuando tu no lo has hecho y han logrado algo.
Has dejado de aprovechar oportunidades que otros han tomado y para ti fue solo cuestión de suerte el que ellos hubieran podido lograr una meta a la que tú pudiste llegar también. Pero no importa, para ti no justificaba el riesgo.
12. Ves cualquier elemento que pueda afectar tu estado actual como una amenaza, sin evaluarlo.
Ya sea una oportunidad o un riesgo, lo intentas evitar porque amenaza tu estabilidad.
13. Siempre piensas que no tienes los recursos o el conocimiento suficiente para aprovechar algunas oportunidades.
Siempre dejas de intentar ideas porque sientes que no tienes como lograrlas y aun cuando alguien te dice que puedes hacer algo, siempre encuentras la manera de explicar de una manera razonable, por qué no te conviene actuar.
14. Te quejas de muchas cosas y no haces nada para buscar mejorarlas.
La queja de adultos no es más que la evolución del berrinche o pataleta de niños. Te sientes mal, lo expresas, pero al final, eso no te dará lo que quieres y seguirás igual.
15. Has aceptado como ciertos muchos de los síntomas que has leído hasta aquí y aún crees que todo está bien.


La racionalización es la forma como nos auto explicamos cosas para convencerte de que están como las deseas y te ayuda a ignorar lo que no quieres aceptar. Al final todo, incluyendo lo malo, te suena razonable, creíble y más aún te crees capaz de convencer a otros de tener el criterio para tomar la decisión.
Buscar la estabilidad y disfrutarla no está mal; lo que está mal es creer de manera absoluta en que nada se puede mejorar y que no puedes hacer nada por ti y por los que te rodean, más que seguir igual,  quejándote por lo que no te gusta, sin actuar.
Estar en la zona de confort no es malo; pero creer que siempre va a ser así puede traer consecuencias catastróficas, Aprovecha la estabilidad para buscar nuevas ideas de manera tranquila, pero deseando siempre hallar una mejor manera de hacer las cosas y progresar. ¡Deja tu adicción a la zona de confort! piensa, cree y crea y más aún ¡actúa!
Lina Lepore


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